Filosofía barata y festivales de goma
- yokomonos
- 10 ene 2016
- 3 Min. de lectura
¿Se viene la segunda?
Las actividades de recreación popular son las que más perduran con el paso de los años, sobreviviendo a las brechas generaciones y los cambios de paradigmas; tal como lo logró la edición número 51 del Festival Nacional de Doma y Folcklore de Jesús MaríAH NO PARÁ.
Las estadísticas nos muestran en este último tiempo que el folcklore como espina dorsal de nuestra cultura se está devaluando como los billetes de cien. En una primera instancia, por encarrilarlo a artistas como Abel Pintos y Soledad Pastorutti que se volcaron al pop latino y sin embargo son catalogadxs como referentes. Pero, para terminar de ayudar a que el género autóctono orgullosamente por excelencia se fuera al pasto con la bosta del caballo, el Festival Jésus María 2016 agregó a su grilla a Lali Espósito y Márama.
Estos nombres son solo un ejemplo de azar en la vida para entrever una problemática más profunda. No tenemos nada en contra de las elecciones subjetivas, porque si vamos a escuchar una Britney, por lo menos, que sea la nacional. ¿Qué culpa tiene Taylor Swift de que aún siga siendo considerada un brazo del country? Y a La Sole le pasa algo parecido, más allá de sus influencias. Es entendible que lxs artistas no le hagan asco a cualquier festival aunque poco tenga que ver con ellxs; porque podría comprenderse como una modalidad para llegar a otros públicos que, ni con una caja de Termidor encima, los buscarían en Spotify o YouTube. El asunto es que el folklore fue en picada en cuanto a materia de escucha. Dejó de ser masivo, aunque no popular. Las exportaciones musicales fueron devastando ese sentido de pertenencia. Y no es para nada peyorativo, pero parecería ser que en estos momentos sentimos más nacionales a Tan Biónica o Indios y no a Atahualpa Yupanqui que, tanto desde su composición y lírica, refleja un sentimiento nacional de antaño.
Lejos de ser una variación de Greenpeace musical, la presencia de lxs cantantes nombradxs significa un espacio más que es contaminado por sonidos ajenos. Significa que en la siguiente edición, podrían sumarse, tranquilamente, bandas como Babasónicos, Agapornis y -¿por qué no? – Las Pelotas. Y así, una de las pocas festividades folklóricas de alto alcance que valorizaba las costumbres culturales nacionales que quedan, se extinguiría. O mutaría, es la palabra correcta. Y ahí estamos en un quilombo porque tendríamos que cambiarle el nombre a ‘Festival Nacional de Popurrí Hitero Jesús María’, y quedaría como el culo.
Respetemos los espacios y hagamos – o sigamos manteniendo- las cosas bien. No somos elitistas y conservadores, pero si hay algo que Argentina posee es apertura cultural desde los albores de su independencia. Existen numerosos festivales especializados para un determinado público, estilo y sonido. Donde tanto el/la rastafari como el/la metalerx puede embadurnarse de su género fanático. También cada artista tiene su lugar. Y si la caripela te da para presentarte igual, mínimo no tengas el tupé de coverear temas en inglés cuando existe un abanico gigante de temas que pueden ir enganchados con la temática del ciclo. Innovar no es distorsionar. Aceptar e implementar las nuevas tendencias no implica modificar las raíces que nos formaron hasta como personas. Porque ese es uno de los objetivos de la Cultura. Porque, sino, metamos Violeta Parra en la Creamfield, un Maxi Trusso en la Fiesta Nacional del Chamamé y a La Beriso en el Tango de La Falda si total entradas se van a vender siempre.
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