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Podemos ser héroes por un día y estrellas para siempre

  • Jéssica Signoretta
  • 10 ene 2016
  • 2 Min. de lectura

Tan solo siete temas tiene la prueba más contundente de la historia que nos deja como mensaje (además de muchos otros) que lo mejor que podemos hacer en la vida es salir de la zona de confort. Y todavía parece que faltan, porque en el fondo nos encantaría que 'Blackstar' de David Bowie no termine de sonar nunca.

El julepe que nos pegamos cuando el corte de difusión homónimo salió fue inevitable. Teníamos que correr detrás de él. Alcanzar a digerir casi diez minutos de sonidos obscuros que conformaban una locura. No sólo por su composición en sí; sino porque en una década de saturados arreglos computarizados, Bowie se plantaba demostrando que se pueden lograr los mismos resultados y sensaciones pero en conjunciones de instrumentos musicales y un saxo protagónico. Sin embargo las expectativas fueron estratégicamente manipuladas. Nos armamos la película del disco flashero del año, con sonidos jamás pensados en la actualidad. Es que claro, ¿cómo remontar una canción que únicamente en sí misma ya es una obra conceptual?

Si buscamos minuciosamente, el único hilo conductor de 'Blackstar' son los solos de vientos. ‘Tis a pity she was a whore empezó a demostrar que bajaron un poquito los cambios pero que al mismo tiempo nada se quedaba quieto. El beat es la fusión de percusiones marcadas y de zapadas en las que sólo de ratos el Duque le agrega letra, como si pasara desapercibido. Hasta ahí. En Lazarus se aprovecha heroicamente de la simpleza de una balada que no llegó a ser y de un tempo constante y homogéneo que al mismo tiempo que no cansa, recorre algún que otro sobresalto. Un rock-pop electrónico se asoma con Sue (Or in a season of crime) con un Bowie en tonos medios graves que marcan el eje de un dramatismo orquestal con impronta vencedora.

Abrí todo. 'Blackstar' en sí ya es un punto de inflexión, pero con Girl loves me se llevó todos los premios. El beat tiene vida propia. Su armonía te lleva de una punta a la otra. La batería te resuena en el cerebro y los agudos de Bowie están más limpios que tu casa. En la lista de ejemplos de originalidad, este tema ya pasó a ocupar (por ahora) el puesto número dos. La prosigue el piano de Dollar days y su volátil esencia jazzera que conforma una balada ruda y estilística. Pero del otro lado de la montaña la cuota infaltable de pop bowiense aparece con I can’t give everything away, recapitulizando el género con violines atentos en una balada camuflada en tecnicismos jazzeros y souleros.

El vigesimoquinto trabajo de David Bowie es un puñado de arena en las manos. Que apretas fuerte para que no desaparezca, y que cada granito conforma un sonido que aunque sea homogéneo, por separado es un mundo diferente. No vamos a negar que no esperábamos menos del músico inglés, pero si con 'Blackstar' comprobamos que Bowie siempre es el encargado de expandir nuestra capacidad de asombro. Que es el tipo que lee y re- relee los sonidos y los innova, como si nunca hubiesen existido o como si tuviera los poderes suficientes para devolverles la vida. Y quedó patentado una vez más en 'Blackstar': el disco más futurista del mundo.


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