Dulce de leche Grammyzado
- yokomonos
- 10 feb 2016
- 3 Min. de lectura
No, no es que sacaste el panqueque que todxs tenemos adentro, es que los premios Grammys están tan comerciales que ahora, antes que responder a esos parámetros, es preferible no ganar ninguno.
No nos alcanzó el SanValentínCapitalista para recordar qué tan nocivo es el sistema en el cual vivimos que, al otro día, se llevó a cabo la quincuagésima octava entrega de los Premios Grammys. Y la industria musical sigue viendo billetes en lugar de notas musicales.
Porque claro, lo mismo es Florence and The Machine en una categoría rock (sí, sí, leíste bien) junto a Foo Figther que en otra categoría pop; cuando de base lo alternativo de Florence Welch es no tener completo un mismo palo. Y al mismo tiempo, quedamos maravilladxs con el sonido prolijo de The Weeknd, como si fuera un superdotado, cuando no hace más que emprolijar un poco aquella arista del pop bastante maltratado.
Sino tenés a una Taylor Swift, más Britney que nunca, que tardaron años en catalogarla correctamente en una nominación. Y todavía no entendemos porqué ganó. Meghan Trainor salió como la mejor artista nueva y, en realidad, es más vieja que los calzones de la abuela. Y para que haya esos artistas nuevos, mejor que no haya nada. Justin Bieber se llevó un gramófono a su casa y dijo que será el primero de varios. Y por cómo viene la cosa, le creemos. Lo peor de todo es: aún ya cerrada la decisión del jurado, cuando lo escucharon en su presentación durante la ceremonia, ¿no les dieron ganas de reveer la votación? Nosotrxs no sabríamos donde poner la jeta.
Imagínense hasta qué punto fue todo un fiasco que, esta celebración, logró que hasta Adele sonara como el traste.
Sin embargo la araña negra en la cara de Lady Gaga mejoró un poco la cosa. Un homenaje a David Bowie con los temas que conoce hasta quien no sabía ni quién era el Duque Blanco, sin prisa pero sin parar, con una Gaga afinadísima y un aumento de la adrenalina constante. Algo entendieron los Grammys, al menos el mensaje rítmico de Bowie, fue bien representado. Pero claro, no nos ilusionemos, porque cuando se acordaron que los homenajes se hacen en vida, le tocó a Lionel Richie, como si no existiera gente como Stevie Wonder para pensar como opción principal. Este homenaje vital respondió íntegramente la calidad faltante de los Premios –no solamente por coverear el pseudo soul pop careta del All night long man- con Demi Lovato y Megan Trainor, esmeradas en hacer los gritos más infumables. Quizás hubiese sido mejor un colage de los bailes menos creíbles de la videografía del homenajeado.
Dentro de toda esta pantomima de careteadas, vendidos y comprados hubo una revelación que pudo contra todo esto. La presencia constante de Lamar, tanto en las nominaciones como en su presentación, fue el salvavidas más funcional. Tanto es así que hasta la historia de Titanic y Jack hubiese sido otra. Menos mal que Kenrick protagonizó la escena porque, con semejante disco de combinación de hip-hop de protesta con jazz, sería una calamidad que no haya estado entre lo mejor del 2015.
Cuestión es que abundan las nominaciones que, cada vez, son más multitudinarias e híbridas. Porque cómo es posible que un artista aparezca tanto en rock, como en pop y dance. Todo bien con la fusión y el término de des-generados a lo Kevin Johanssen, pero tampoco para hacer cualquier cosa. Hubo un par de cosas más. Cosas que destacaron. Cosas que no. La verdad es que estamos lejos de vivenciar unos Grammys históricos como los de antes. Imagínense hasta qué punto es así, que escribir esta nota, nos costó más que a Leo ganar el Oscar.
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