De principios y viejos vinagres
- yokomonos
- 10 mar 2017
- 4 Min. de lectura
Hace algunas semanas ya está disponible la obra completa de Prince en la web, más allá de su voluntad. Situación que generó una grieta –mal dirigida y sin sentido, como todas- entre fanáticxs y consumidorxs del gran artista. Sin embargo, el porvenir de un alivio al no necesitar más memorias expandibles para escuchar los discos que no cabían en ningún dispositivo amigo o el re descubrirlo gracias a un vasto acceso no alcanzó para evitar la discusión, colocarse los auriculares y deleitarse. ¿Por qué sí y por qué no a la masividad digital de Prince?
La adultez, cuanto más avanzada de edad esté, más oportunidades experimentales con la música adquirió, sin imaginar el haber vivido en vivo las épocas de oro de avance y desarrollo de la historia de la Música y a lxs pionerxs del mundo. Sin embargo, el ciclo de la vida avanza, y lo que 30 años atrás estaba disponible y posicionado como opción masiva, hoy quedó, a grandes accesos, obsoleto. El detalle para nada menor que las plataformas digitales reducen cada vez más la calidad de las canciones, no tiene hendija de discusión; sin embargo, dando vuelta la esquina, se encuentran las oportunidades.
Según parámetros, muchas veces separar la obra del artista, no es faltarle el respeto -no entrará jamás en esta categoría el machismo de Cordera ni el de Chaqueño Palavecino, ni mínimos casos similares- ya que por más que se ame lo que hace, no deja de ser un ser humano igual que quienes lx escuchan, con opiniones diferentes en su haber, sobre cualquier temática vivencial. Prince no quiso que su música esté disponible en plataformas digitales a menos que sea paga. ¿Pero qué pasa con las nuevas generaciones que no tienen acceso a comprar ni discos, ni vinilos ni tan siquiera una cultura familiar melómana que les marque el camino, sino que deciden marcarlo solxs, y que en cuarenta años después pueden llegar a ser músicxs históricxs? ¿Están pisoteando la política de Prince, de no escuchar sus discos por Spotify y así perderse el conocer una obra tan sublime?
Porque en una visión más apocalíptica del conflicto, si seguimos los últimos deseos de Prince, una parte de la historia musical habría muerto. Así como el escaso de pinturas rupestres que documenten la forma de vida de los primeros terrestres, no habría indicio alguno que compruebe la invención del Minneapolis sound en un siglo donde creíamos que estaba todo inventado. Y Prince demostró que eso era una falacia mientras que era sobado por sus compañeros de época: tomado como un loco. ¿Cuántas veces se ha revuelto el baúl de casa para hacer limpieza y hemos encontrado discos compactos o vinilos de artistas que nunca en la vida escuchamos nombrar? Por ahí son los mismos discos que terminan en una manta o en alguna feria al valor de cinco pesos y ante la ausencia de compradores pasan a estar entre cáscaras de bananas en el Ceamse. Puede que en algún futuro, sin el logro de la popularización digital, el nombre Prince se reduzca a un simple Rogers Nelson en el Registro Nacional de las personas de Estados Unidos. Y un mundo sin Prince sería injusto. Para él, para los amantes de la música y para la historia universal de la cultura.
No nos casemos con lxs artistas. Sabemos que tienen el suficiente argumento para exigir una remuneración a cambio de su arte. Pero la esencia de la música, desde los albores de la humanidad, es otra. Es llegar a lxs otrxs, es generar sensaciones, es acompañar la vida de las personas y también atravesarla. Abrir las mentes, abrir barreras, abrir mundos. Inspirar. Y qué mejor que Prince traspase a todas estas nuevas generaciones que tienen sobre la espalda el futuro de la Humanidad y del Arte.
El enojo y la discusión de lxs fanáticxs y lxs melómanxs están mal direccionados. Apoyar el acceso universal a la música de Prince, con todo el peso artístico y toda la significación que trae consigo, no deviene en una irrespetuosidad hacia las políticas del artista. No es quién lo está conociendo ahora porque escucha música por Spotify gratis y tiene, por ejemplo, 16 años, la mala semilla de no respetar la ideología del artista; son quienes efectuaron esta opción, quienes no están llevando a cabo su última voluntad.
No colocarse los zapatos de lxs otrxs y todavía seguir comparando épocas es incluso más sectario que el metalero que vive puteando a quienes escuchan Katy Perry. Tampoco lleva a ningún camino; el círculo vicioso de las críticas y que las buenas opciones solo son para unxs pocxs, se acrecienta. En el 2017 no todo el mundo puede comprar discos o tan siquiera un microcomponente para sacarles jugo; o tiene amigxs con una vasta colección de vinilos y reproductores acordes para juntarse y escucharlos juntxs. No todos los abuelos y las abuelas tienen intactos los Tocadiscos, y los pasan de generación en generación. Y aunque Prince esté en una nube puteando porque su voluntad no fue respetada, aquellxs jóvenes que tienen la oportunidad de conocerlo, de disfrutarlo y de inspirarse en él a través de plataformas web como único recurso –económico y/o escasamente cultural- de acceso, no son lxs que están haciendo las cosas mal.
Comments