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La máquina de hacer historia

  • Jéssica Signoretta
  • 10 mar 2017
  • 2 Min. de lectura

La inmensidad de la obra le implica al autor el baile en la cornisa entre el pasado y el presente. Es casi imposible separarlos, porque uno es consecuencia del otro. Sin embargo cuando este enfoque se vuelve un dogma, la clasificación termina perdiendo el sentido.

Charly García se caracterizó, entre muchísimas otras cosas, por ejecutar discos homogéneos, como piezas de sonidos contiguos y eclécticamente nivelados. En ‘Random’ se cruzó de vereda –como para cambiar, viste- y uniformó una varieté de diez canciones con el sello registrado indeleble. El inicio con Nocturno 2 de Chopin en La máquina de ser feliz, invade la balada austera sublimemente edificada con tradiciones y electro detalles. La saynomoreada sigue latente en Ella es tan Kubrick disparando capas de piano y teclados que llegan a embelesar un poco lo rectilíneo del beat.

El banjo protagónico de Primavera la convierte en una amalgama de armonías que destilan simpleza e ingenuidad, pero que marca un sendero que termina embaucándote. Los ochenta medio que se cuelan en Rivalidad, el beat admisible con una fiesta de percusiones conmovedoras, que le abre paso a Otro, el rock argentino auténtico por definición y contenido. ¡Acá para todo!. Quien suscribe pensó quince veces en sí decir o no que Lluvia es el mejor tema del disco, porque la subjetividad no debe estar disponible; pero dentro de la multiplicidad de opiniones, es innegable que la balada engloba una melodía serúgiranea, volátil y epidérmica, como si el mismo chubasco le pidiese a García que lo retrate en una canción y éste haya perpetrado su mejor logro. El infaltable homenaje constante del Maestro al rock-pop inglés de los sesenta, en Believe, como si I fell fine de The Beatles eligiera sucesora, pero con su propia personalidad construida. El juego bien ganado de arreglos electrónicos en Amigos de Dios le marcan la diferencia a un rock oriundo y extemporáneo, mientras que la balada pseudo poppera de Spector se mueve entre los planos de la voz de Charly y los pianos que pisan fuerte al lado.

Mundo B concluye tranquilamente no solo el metamensaje armónico de ‘Random’ sino también dónde está situado Charly. Las marcas notorias en su vida demuestran que el talento es una característica que no se adquiere ni se esfuma con los años, sino que sirve como base para seguir creando historia con menor o mayo nivel. Un poco en vano el detalle de que su voz está deteriorada, ya que tampoco nunca fue un cantante lírico. ‘Random’ es el afiance de aquella identidad argentina que parece haber desaparecido hace casi treinta años. Que invoca lo más contemporáneo del sonido como del músico que lo crea, pasándole bastante por arriba a las adversidades más recias que un hombre puede soportar. Quienes piensan que Charly sólo es el de antes, o que “murió” en los 80, deberían chequear que tan cómodas, anchas y eficaces armaron la silla en la que están sentadxs, como para afirmar tal exageración. El blanco y el gris nunca fueron denominadores comunes en uno de los cantautores más adelantados del Granero del mundo, incluso en una baraja de canciones sin hilo conductor. Y ojo, que la máquina es solo el título de una canción, no el mismísimo –y humano- Charly García.


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