¿Alguien me ha visto?
- Ignacio Blanco
- 10 abr 2017
- 3 Min. de lectura

Es cierto que hay conexiones inexplicables. Hay latidos que son más potentes que otros cuando es una cosa específica la que está frente a nosotrxs y no otra. Es cierto. Y no importa de dónde seas o quiénes sean tu entorno. Está ahí y puja. Lo que el disco de René Pérez Joglar me produjo fue cuestionarme si mi identidad corresponde a lo que acarreo en mi interior – y de forma no intencional – o si soy por el aquí y ahora.
Pienso en que, por más que haya un mililitro de sangre francesa hidratando mis venas, los acordeones parisinos no me tiran más que la galopa de Misionerita, himno de la tierra colorá donde sí crecí. Y planteo esto porque ‘Residente’ es la investigación genética en sonidos de un rapero que recorrió el mundo para grabar su disco. Partiendo desde su ADN, el integrante de Calle 13 volcó su descendencia en su proyecto solista acompañado de un documental basado en el descubrimiento de los sonidos que nos trae el álbum. Por más que a cada unx le lata de forma diferente este debate, el susodicho argumenta la propuesta de forma tal que nos tapó las cañerías – por no caer en groserías -: todxs somos residentes del espacio que ocupamos y en nuestro espacio las fronteras no existen.
Una introducción que oscila entre una beyonceada y un reggaetón no te ayuda a penetrar en lo que sucederá después aunque estés sobrepasado de tequila y sal. Somos Anormales es el primer corte de difusión, que nos trae la dinámica de No hay nadie como tú y la idea conceptual de Multi_Viral pero con una base mucho más distorsionada. Microescenas que suceden continuamente hacen que lo interesante sea aquello que parece estar en un segundo plano.
¿Cuántas descendencias étnicas puede haber en la misma sangre? Mientras esperamos la respuesta de profesionales, Una leyenda china llama la atención debido a la combinación de dos géneros que en nuestra vida pensamos que podían cruzarse. Los matices susurrados de René nos obligan a seguir queriéndolo sobre una percusión merodeadora para unir el hip-hop con el folklor milenario.
Un África, específicamente Ghana, abrumada de efectos consigue solides en Dagombas en Tamale. Es que lo que escuchamos de Residente es más de lo mismo, pero es todo su despliegue escenográfico lo que marca contundencia. Menos saturado y con tierra encima, el estilo de mezclar el rap con el world music y elementos electrónicos se asemeja a las propuestas de M.I.A. Cosa que se rompe cuando Desencuentro suma a Soko con el idioma del amor para hablar sobre eso mismo. Y a pesar de que la confrontación urgía - para bajar cincuenta cambios -, el clima medio que se pierde cuando encaran los estribillos al unísono a dos voces. Pienso en una estructura sin las repeticiones o dejadas al libre albedrío de la cantante para afianzar la fragilidad que se escucha en lo que no debería de haber sido single. No la quemen, please.
Si los coros anteriores nos produjeron un lagrimón, los de la introducción de Guerra son medios <watafak>. Las cuerdas tratan de reconfigurar la descolocación dando pie a un trip-hop bien moderno que responde a la electrónica típica de headliner de Lollapalooza. Apocalíptico sigue la misma línea de intensidad y después viene el beat más acelerado de La sombra para darle movimiento a lo que venía pareciendo lineal. Linealidad en el ambiente, no en la producción sonora que se destaca a lo largo de todo ‘Residente’.
No hay dudas de que hacemos cumbre con El futuro es nuestro. No sólo encaramos al mejor René que pudimos escuchar a lo largo del camino, sino que descubrimos el sentido del disco en su conglomeración. Si ‘Residente’ representa la sangre, este es el motor que bombea y oxigena el todo. Los vientos mexicanos – de descendencia española – ya son un buen augurio. Todo lo que pasa después es un viaje por todos los estilos que saboreamos hasta el momento y ni nuestrxs abuelxs revolvieron un guisante de tal forma para conseguir contrastes gustativos tajantes como la desenvoltura siberiana (Kusturica’s School) que finaliza la canción.
Podemos hacernos los análisis que queramos pero, siempre, es la tierra, que mancha nuestros pies, la que pulsa cuando de pertenencias se trata. Ante cualquier objeción que pudo instalarse en los minutos que llevamos escuchando ‘Residente’, sólo bastaron la participación del Cholo Rosario e iLe para demostrar de qué está hecha la verdadera sangre. Porque ya sabemos que, en algún punto, todxs formamos parte del mismo pueblo. Pero los vientos que impactan en nuestra cara son los que no podemos – ni queremos – alejar. Los que, a fin de cuentas, demuestran quiénes somos y de qué estamos hechxs. Tal vez, ‘Residente’ fue en búsqueda de aquello y, por eso, Hijos del cañaveral es la resolución final de una película sobre gente que se busca a sí misma.
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