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Kali Mutsa

  • Ignacio Blanco
  • 10 abr 2017
  • 7 Min. de lectura

PH: Yohanna Ovalle

Quiero viajar por siempre hacia ti

Cuando se habla de pertenencia e identidad siempre aparece, ligado, el efecto terrenal que existe para con lxs humanxs. Pero hay culturas que mantienen su universalidad más allá del lugar donde se encuentren. Lxs gitanxs son una nación sin territorio, pero el mundo les pertenece. Con una cualidad nómade, obligada e impuesta, alimentaron su tradición según el lugar donde se encontraron. Por eso, su cultura es un popurrí entre lo que les es propio y lo que se apropiaron. Y existe, también, una propuesta musical que funciona con la misma mecánica. Un proyecto que suena a estar esparcido por todo el planeta más allá de los límites del tiempo. Una gitaneada es lo que lleva Kali Mutsa consigo, porque suena a su tierra y a la de todxs.

Celine Reymond es chilena y, desde su primer laburo discográfico, paramos las orejas para descubrir los misterios que flotan sobre su sonoridad. Un poco de todo y mucho misticismo definen su estilo y aun así no nos queda del todo claro. Porque la cultura andina se siente tanto como ese aroma augurio de lluvia. Pero su vibra viaja más allá del tiempo; a una dimensión donde la magia es moneda corriente y donde la cultura es una para todxs y todxs para ella. Puente inexplicable, necesitamos de su música y cuentos para entender ese fenómeno que nos supera. Una retroalimentación entre el pasado y el presente, un magnetismo entre distintos folklores que concluyen siendo el sonido que emana nuestro planeta si unx lo pudiera escuchar vagando entre las estrellas del espacio infinito.

“Al comienzo me interesaba explorar en la musicalidad del lenguaje romane. Soy una gran fanática de esa música y sobre todo de las voces de las cantantes. Me vinculo con eso por romanticismo y porque soy muy buena para los idiomas. Me gustan las historias y, al igual que todos los chilenxs, mis antepasados fueron inmigrantes. Mi abuelo es palestino ortodoxo. Me interpela ese viaje de miles de kilómetros hacia otras tierras, que son completamente distintas, dejando atrás tu valle con tus olivos y tierra para labrar, para iniciar una vida nueva”, confiesa Kali Mutsa. Es que los tres discos que tiene son resultado de una fusión entre los pulsos latinoamericanos, elementos del oriente – cercano y lejano – y vibras del Este de Europa. Una cosecha constante en la acción de desparramarse por el mundo, cosa que puede notarse en El Jardín (‘Souvenance’).

Deidad de su propio universo, es como Bastet, que irradia felicidad y armonía sobre los pueblos para que bailen en honor a ella. Solo que esta gata es negra, y es lo que significa su mote. “Antes bailaba danza del vientre y, cuando vas a ponerte a bailar en un restaurante o donde sea públicamente, te tienes que poner un nombre artístico, por así decirlo. Yo no quería un nombre egipcio, quería algo más gitano y así me puse este nombre que suena entretenido para una bailarina de danza del vientre. Claro que, al final, nunca baile en ningún restaurant”, pero bien que lo hace cada vez que la ceremonia de sus discos comienza, contagiando esa energía a sus devotxs.

En un rito hacia la tierra y el cosmos, Kali Mutsa asegura que su música es “refrescante y libre”. “La verdad es que no busco mucho que el oyente se identifique con la propuesta. Sí espero que lo haga porque está bueno y a mí me gusta – por eso, dentro de la distorsión se revalúa la genuinidad aunque posibles ateos piensen a la música como algo estructurado y sin fallas -. Pero si hiciera algo más estudiado para que a la gente le guste (quizás debería hacerlo) me parecería más aburrido y menos auténtico”. La perfección se da desde la propia concepción del sonido y la fidedigna moción de mejunje. “Yo creo que sé cómo quiero sonar – prosigue -. Quizás aún no lo logro a cabalidad pero en ese viaje estoy, tratando de crear algo que pueda servir cinematográficamente y religiosamente, pero para bailar, algo simple así”, y se ríe, creo yo, porque su trabajo resguarda una consciencia plena de descubrimiento tanto en el proceso como en la escucha. Su aventura es ambiciosa y, de seguro, la puerta a su propio universo.

Cuando el ser humano conoció los poderes de la tierra, dejó su cualidad de nómade a la mente. El sedentarismo nos condenó a deshabitar nuestros cuerpos presentes para acercarnos a otros lugares con el resto de los sentidos. Kali Mutsa asegura que gracias a “la inmediatez y la globalización”, existe un movimiento emergente que se encarga de reivindicar la música folklórica fusionada a la electrónica, las culturas milenarias y géneros marginales como la cumbia y el hip-hop. Continúa: “Ya no hay límites y la experimentación se puede hacer a pequeña escala. No son necesarios los grandes estudios. Ahora, la música se puede hacer en tu pieza desde tu computadora, donde puedes estar sampleando una misa copta del siglo XIII en tu Ableton Live”. La locura es que todo el futurismo cósmico que sucede no interfiere en su carácter mitológico. Y aunque la tecnología le permita desenvolver su don de la investigación, sus letras están plagadas de seres fantásticos, personajes de leyendas y ascetismos: “Desde pequeña, la mitología es lo que más he leído y hay arqueólogos en mi familia. Quizás de ahí viene esa cosa investigadora que tengo. Me gusta saber los secretos de las cosas. No de todas, obviamente, sino que de las que me interesan, me gustan o encuentro lindas”.

La impronta de Celine fue asentándose y re descubriéndose a medida que sus discos caían a las plataformas streaming cual rayo divino. También actriz, la artista reúne sus dos profesiones para crear ese mundillo místico. “Ambrolina (2011) quería que fuera una especie de libro de cuentos, de cómo era vivir en Pachacuti, el valle de Kali Mutsa. Entonces, todo era mucho más mitológico y descriptivo”, cuenta. Pues, su primer EP es mucho más terrenal y funciona como carta de presentación dejando en claro que no existe una forma específica para hacer música. En cambio, ‘Souvenance’ (2014) es una especie de ritual divino donde la línea del tiempo se quiebra para unir creencias originarias con estéticas actuales y alusiones a la naturaleza como ser fantástico. Kali refiere al disco como “un lugar lleno de cascadas, donde la gente va una vez al año a purificarse y celebrar desde hace 200 años – prosigue -. ‘Souvenance’ es la meca vudú, un pueblo de Haití. El disco tiene esa cosa muy saturada y barroca que, me imagino, tiene el sentimiento místico: cuando uno siente que está viviendo algo extraño y que te conecta con algo que no sabes qué es, pero te saca de ti y eso descansa bastante; salir de la conciencia que es tan aburrida, generalmente”.

El elemento del agua, como símbolo de purificación, es sacramento en la discografía de Kali Mutsa. En ‘Mesmer’ (2016), este concepto se profundiza aún más. En realidad, el EP en su totalidad tiene una definición conceptual más asentada. Haciendo referencia al médico alemán Franz Anton Mesmer, este conjunto de canciones, más íntimas, trae la teoría del magnetismo y el agua magnetizada como forma de sanación y curación a través de la energía. “’Mesmer’ es mi proyecto personal, el que más tiene que ver conmigo. Para este disco, quise que existiera una atmósfera y que cada canción tuviera que ver con un concepto sin dejar de lado lo emocional, por supuesto – porque el incursor del magnetismo animal creía que este método no sólo manipulaba síntomas físicos sino que hasta el espíritu podía cristalizarse, haciendo referencia a la psiquis humana -. Hablo más de amor y de mis problemas psicológicos, que no son la gran cosa pero de los que nunca hablo mucho para no aburrir. Hablo de la poesía de Forrough Farrokzad, de unos libros de Stefan Zweig y del Sanpaku, terminología japonesa para hablar de una característica típica de los serial killers”.

Insistiendo en la idea de conjunción de culturas por la movilidad de los pueblos, Celine añade que es primordial incursionar en esta idea: “está sucediendo una gran inmigración de peruanos, colombianos, ecuatorianos, haitianos, dominicanos y Chile necesita enriquecer su cultura. Tiene una gran oportunidad de hacerlo con esto, pero existe mucho racismo e ignorancia. No saben que, el hecho de que lleguen otros pueblos a mezclarse con el suyo y a crear más cultura, solo puede ser algo bueno”. Sus creaciones son el reflejo de alguna nación donde la aceptación y la conexión pueden enriquecer la vida humana.

“Me gusta la historia y me reconforta que un poquito del pasado este siempre en el presente; y el hecho de tener tanta mezcla en la sangre hace que uno se arme su propia cultura”. Tierra desértica. Rocas que poseen un poder de atracción tal para que cualquiera sea bienvenido. Alguna que otra cascada, que forma un angosto arrollo, acarrea la historia de los antepasados y riega el presente de lxs visitantes. El cielo que abraza el conjunto y conecta a lxs terrestres con sus creadores en un lazo místico e inquebrantable. Un valle donde pertenecer significa celebrarse. Festividades y ritos que no discriminan por las procedencias o creencias. Culto que venera un poco de cada unx porque todxs venimos del mismo lugar, y hacia allí vamos. Esto es lo que retumba cuando unx escucha el universo de Kali Mutsa, protectora de la diversidad, la memoria y el abrazo cultural. Universo al que siempre querremos ir para reverenciar el hecho de ser humano, vivo y presente. “Esto de ‘no pertenecer’ absolutamente a sólo una cultura te tiene que hacer pertenecer a ti misma y a cómo tu integras los diferentes legados haciéndolos propios, como un reciclaje o como un collage. El sampleo es algo que me apasiona y creo que le da textura y pasado a la música. Así me interesa que suene mi música: con pasado y con espíritu”.


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