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Melancolía

  • Ignacio Blanco
  • 10 jul 2017
  • 3 Min. de lectura

Todavía tengo ganas de correr por la Libertadores. Es de noche, por supuesto. ¿Cuándo pensás sino que exorcizaría mis angustias? Ni los semáforos, ni los faroles pueden apaciguar la intensidad de los colores reales. No los pienso, sólo aparecen. Escucho los autos rozando mis costados aunque no estén ahí. Ya no sé lo que es real salvo ese motor interno que me impulsa a seguir. No. No sé a dónde.

Los últimos segundos de Green Light me ayudan a recuperar el aliento. ¿De qué me escapaba? O, ¿qué estaba persiguiendo? Si no fuesen por los vientos sintéticos de Sober, creo que no me hubiese dado cuenta de que había empezado a llover. Da igual, ni el frío de invierno se compara con la sensación de bailar solo. Me seduzco en el último beat. Me ofrezco a la incertidumbre del abandono. Entrego mis movimientos al peligroso azar del narcotismo en pulsos contundentes. Tal vez sea otra la historia cuando me despierte. Pero si hay algo que Homemade Dynamite me aclaró es que los mambos se acarrean por más pesados que sean. Sé que hay otros como yo. De hecho creo he llegado a explotar en sus miradas. Sé que ven los mismos colores. Sus andares no me dejan pensar otra cosa. O es el entusiasmo de sentir, aunque sea por un microsegundo, que estoy acompañado. Oh sí, estallemos en chispas por ese efímero momento; mañana seguiremos nuestras vidas. Otra vez.

Existe una especie de enamoramiento tóxico en The Luvre. Una obsesión amenazante que utiliza guitarreadas esperanzadoras que sólo precipitan la inevitable nostalgia producidas por los latidos de un corazón. Soy consciente de que evoco el mismo presentimiento que la última vez. Es necesario romperse la cabeza contra la pared una vez más. ¿No se basaba la vida en explorar? Por ahí es tan grande aquella euforia que, por más imperativa que sea la llegada del otoño, nos incita a quedarnos. Perdón, quedarme.

Liability me recuerda a una canción de Regina Spektor. Puede que el momento de más verborragia sea este. No importa si los pianos y las palabras quedan manchados en la almohada. No existen reglas para la sinceridad. Incluso más genuino puede ser tu llanto si las sábanas simulan acobijar lo que tenés desprotegido. ¿Cómo ponerle más melancolía a algo que desde su concepción te volvió trágico? Una balada puede ser la respuesta a todos tus interrogantes, una agarrada de mano desesperada, o el peor de los puñales.

Tanto énfasis en entender cómo funcionan las cosas que nos olvidamos de cómo funcionar nosotros. Todo lo que cae tiene que subir. Sober II (Melodrama) es ascenso y registro. Maldecir, liberar: un punto de inflexión. La fragilidad de Writer in the dark no demuestra otra cosa más que el debilitamiento de una lucha que se había vuelto cotidiana.

‘Melodrama’ procura un fortalecimiento de composiciones más sólidas y los mejores graves que una pibita del pop alternativo pueda tener. Resaltando las emociones, la supuesta salvación del género indaga en otra forma de predisponer a los sentidos frente a la música: la sinestesia sonido – color. Lo lindo de este disco es que nada es predecible. Sorprenden los puentes, estribillos no idénticos, y cualquier filtración sonora que sólo busca remover los cimientos de nuestra seguridad. Constantes sintonías catárticas envueltas en un pop que no deja de ser urbano por más sintetizadores indies que le metan; como Supercut o Perfect Planes.

Lorde dijo que ‘Melodrama’ no se trata de un disco conceptual. Yo digo que puramente humano, donde la exageración o la potencia desmedida de las emociones están bajo las demandas de sus vibraciones – como para dejar que el libre albedrío siga siendo la mayor cualidad de la raza.


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