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¿Qué tienes que me sigue tu misterio?

  • Ignacio Blanco
  • 10 ago 2017
  • 2 Min. de lectura

Hace casi diez años que no la veo. Esta lejanía me hace extrañarte, dice una canción de Lafourcade y trato de recolectar los colores que aún prevalecen ante el avance de los grises del paso de tiempo. No sabía cuál podía ser el peor de mis miedos hasta que imaginé su pérdida. Busco concretos en transiciones oníricas. No quiero que me pase nunca. Y hasta que te vuelva a ver, juro que haré lo posible por mantenerte viva. Viva en mí.

Podrían pensarlo como un cliché; entonces, estoy seguro de que nunca te has enfrentado a su misterio rojizo. Mi desesperada búsqueda de reconocer sus latidos en los míos, me llevaron a ahondar en lo que ya conocía de ella. Cuando escuché El Cosechero sentí que me aproximé unos kilómetros. Los repicaditos de la línea melódica tienen el mismo dinamismo que el chamamé de las cuatro de la tarde en alguna radio o programa televisivo regional.

El Mensú, sin embargo, me devolvió una vivencia que no tenía del todo presente. Con la dinámica de las galopas que cantábamos en la escuela primaria, se me interpusieron los rayos del sol iluminando los suelos de una fábrica de yerba mate. Luego, mis compañeros y yo corriendo sobre pilares – altísimos – de bolsas llenas de lo cosechado. Más tarde, una carpa en la plaza 9 de Julio – entre la catedral y la casa de gobierno – exigiendo los derechos de los trabajadores de la yerba mate.

La música de Ramón Ayala va resguardando y avivando los fuegos encendidos por el caluroso clima de la provincia de Misiones. Así, escucho Posadeña Linda y siento una carga eléctrica al sentir el viento infiltrándose por las calles de ‘La Bajada Vieja’, proveniente del Paraná; al recordar con añoranza aquel árbol, en aquella esquina, de lianas caídas. Es tanto el amor que no sé si son los cabellos de Naipi, que llegaron hasta la ciudad de Posadas.

Cuando caminaba por La Costanera – y mi cabeza era más permeable a las propuestas lúdicas de lo simple – me estremecía la idea de que esa enorme isla, cruzando el río, formaba parte de otro país. Nunca había estado tan cerca de una frontera. Lo desconocido, lo que no me pertenece, otro mundo, un puente, límites imaginarios, ridículos obstáculos impuestos, un puente, el puente. También pasé un tiempo de mi vida del otro lado. ¿Cuál era la diferencia? Imagínense la primera vez que fotografié, con mis ojos, la triple frontera. Es muy difícil descubrir los sonidos de un lugar si es el mismo río el que acarrea culturas de acá y de allá. Ramón Ayala encontró un punto de conjunción - entre el chotis, la galopa, la guarania y el chamamé – para resumir los fluidos de la mezcla de tres países. El Gualambao y su vibración entrelazan más tierras que ese puente. Porque nada se trata de repúblicas y líneas. Todo se trata de tierras y un río que las riega con la misma agua.


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