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El elegido

  • Ignacio Blanco
  • 10 ago 2017
  • 2 Min. de lectura

“Es más que eso (un reflejo). Surge del paisaje y después vuelve al paisaje. Y se integra de tal manera que ya es parte del paisaje…”. Juan Manuel Palomino versa sobre un folklorista entrerriano en un audiovisual que vacila, intencionalmente, entre lo biográfico y lo ideológico.

Las imágenes costumbristas del río Paraná hacen que, el documental ‘El Zurdo’, tenga miles de significaciones en la cosmovisión de la relación arte – cultura. Cuando apuntás a un relato basado en vida y obra de alguna personalidad, cargás con un compromiso informativo sostenido por una cronología de hechos. Creo que Claudia Regina Martínez nunca tuvo ese cometido. La forma de conocer sobre Miguel ‘Zurdo’ Martínez encierra planteos y conceptos arraigados a una bajada de línea de lo que significa lo autóctono.

El Zurdo, referente indiscutible de la canción litoraleña, en un homenaje a su estilo y legado eterno. ¿Somos lo que hacemos? ¿Somos lo que pensamos? ¿Somos lo que vivimos? Imágenes caseras documentan alguno de sus mates, asados entre zapadas y reflexiones. El registro de sus encuentros, musicalizados por la expresión de sus ideales, construye una biografía más rica y leal que la acumulación de datos.

Toda esta fachada de conmemoración es, en realidad, una excusa para ahondar en otro tipo de premisa: la definición de folklorista. El Zurdo Martínez como instrumento para bajar línea. Su propia línea. Su música, repleta de chamamés y milonguitas, reserva una forma de vida. Una tradición, expresada en poéticas plegarias a la tierra y el agua que lo vieron nacer, honrándose a sí mismo por el resto de los años.

El constante ruido del agua y sus pescadores, el canto de los pájaros, la radio, el vibrato de una criolla, el ladrido de los perros, las botas despegándose del barro son los sonidos que vibran en estas orillas; música natural que desprende sus musas y forjan los cimientos de la canción del Litoral. Allí encontró, Miguel, la sinceridad y nobleza de su estilo. O allí lo encontró el folklor.

“Sí, la tierra señala a sus elegidos. El alma de la tierra, como una sombra, sigue a los seres indicados para traducirla en la esperanza, en la pena, en la soledad” (Destino del canto – Atahualpa Yupanqui). El folklore no se trata de incursionar en chacareras y vidalas; los géneros tienen entidad por sí mismos. El artista se vuelve folklorista, en un conjunto de estilos autóctonos, cuando entiende y se responsabiliza en traducir y resignificar la tradición como forma de vida en sus rasgueos y versos. La cultura como derecho dinámico; el folklore como necesidad, compromiso, rol y representación de la identidad de una región.


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