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Buscando un símbolo de paz

  • Foto del escritor: yokomonos
    yokomonos
  • 10 nov 2017
  • 3 Min. de lectura

Qué epidérmico terminó siendo en el inconsciente colectivo el cuentito de las grietas, que cualquier situación tiene que amoldarse a su tamizador. Casi nunca una negociación se emplea en términos no económicos, porque es más fácil agregarle o más negro o más blanco al asunto para que quede solo de una vereda y no pueda cruzar la calle.

Terminó el BA Rock, músico se quejó de las banderas, la comunión rockera quedó a entrever entre sus costumbres y algún paradigma social que estaría asomándose, y aunque Rock en Baradero redobló una apuesta, Ricardo Iorio no tocó en el festival.

Momento. Es inevitable en la vida cortar el cordón umbilical, tarde o temprano sucede. Lejos están estas palabras de ventilar cuánto se negó al facho de Ricardo, cuánto no se quiso ver después de todas sus declaraciones públicas fuera de sus letras y demás vericuetos. El eterno dilema que tampoco se quiere cortar, que requiere separar al/la autor/a de la obra, lleva textos y textos de análisis y quizás algunas sesiones con el/la psico también. Pero las canciones vencerán, y su efecto epidérmico sí será eternamente perpendicular a sus autores, por los siglos de los siglos.

Tenemos una canica de culpabilidad en las manos, ¿qué hacemos? ¿La manejamos o la pateamos? El comunicado de la producción del BA Rock, donde detalló que decidió bajar a Ricardo al sentirse presionadxs por escraches y manifestación social –en todas sus expresiones- en respuesta al cuidado del propio músico, le desligó poéticamente la culpa al público. Es tan escaso el acceso que el público tiene a los músicos en festivales, que aun así si un alma en pena, aturdida por la justicia social pagara una entrada únicamente para escrachar en la cara a Ricardo, mínimo un grupo de gigantes muchachones lx apartarán antes de que termine de gritar la palabra facho, completa. Quizás el músico todavía no está en condiciones de aceptar su ideología, el nivel de influencia social que construyó, entonces el repudio personalmente no lo dejará hacer su trabajo como corresponde, que es lo único que el contrato le prescindía en el festival.

La Patria son lxs otrxs, y el público somos todxs, siempre. La culpa también se proyectó en la gente que practica de manera religiosa la intolerancia, y que la producción incluyó como motivo de peligro: aquellxs que van con intención de generar disturbios que nada tienen que ver con la visualización social del objetivo de un escrache, y aquellxs que no respetan todavía que a su ídolo se lo llame por su nombre y comiencen una batalla campal. Alerta spoiler: no solo la contraposición genera estos disturbios y sobran los archivos que muestran que hasta simpatizantes de una misma banda generan peleas por, -nombrando lo más básico e ilógico- ser más o menos careta ante la trayectoria de lxs artistas. Y como somos generosxs, otro alerta spoiler: la precarización de las producciones de festivales son el principal motivo por los cuales pequeños disturbios pasan a mayores y se expanden. Nunca contratan al personal necesario, proporcional a la cantidad de personas que ingresan a los predios –sobrepasando la capacidad, por supuesto- y el casi nulo control desata pasiones extremas.

Toda visualización social tiene como objetivo la toma de conciencia. Usarla como excusa ante la censura de un artista en su ámbito laboral, excede. La flecha no apunta a dejar sin trabajo a Ricardo, ni que vos quemes tu remera de Hermética o Almafuerte. Entrever la ideología del artista es una herramienta más para elegir, y para no otorgarle todavía más lugar a una persona que puede hacer daño por pensamiento, fuera de la letra de una canción. Pero quitarle el ámbito de trabajo, por motivos que nada tienen que ver con la ejecución de su arte, solo porque no se resiste la presión social de la verdad, es una manchita más al servicio democrático.


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